La plaza de Naghsh-e Jahan, también conocida como Plaza Real y plaza del imán Jomeini, situada en el centro de la ciudad de Isfahán, es uno de los sitios más importantes del país y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1979. Es la plaza más grande de Irán y una de las mayores del mundo. A partir de la dinastía safávida, fue rodeada por monumentos históricos de la época. Al este de la plaza se encuentra la mezquita del jeque Lutfallah, al norte se abre una de las puertas del gran bazar de Isfahán, al oeste está el palacio de Ali Qapu y al sur la mezquita del Shah.
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Si como aseguraba el arquitecto estadounidense Phillips Johnson, “la arquitectura es el arte de derrochar espacio”, los urbanistas del Sha Abbas, el monarca safávida que regía los destinos de Persia en el siglo XVII, lo derrocharon a conciencia. Nagshs-e-Jahan, la plaza del Imán es la más excelsa demostración del urbanismo civil persa. Un gigantesco espacio urbano, de 510 metros de largo por 165 de ancho, hecho para impresionar. Uno de esos lugares obligatorios en la agenda de todo viaje por Irán.
La plaza no es solo una demostración de tamaño. Lo es también de armonía. Sus cuatro frentes están recorridos por una misma fachada de dos alturas, con puertas idénticas coronadas por el arco persa en la planta baja, y arcos ciegos del mismo estilo, en la superior.
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Los cuatro únicos elementos que rompen la simetría de las arcadas están también colocados de manera estratégica: la inconmensurable mezquita del Imán –toda recubierta de azulejos vidriados- tiene enfrente la puerta monumental del bazar. Y la más pequeña pero no menos trabajada mezquita Lotfollah queda justo enfrente del palacio Ali Qapu, la residencia real, a cuyo balcón conviene subir al atardecer para deleitarse con el espectáculo de la cortina de luz dorada apagándose mientras lame lentamente los arcos de la fachada.
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La solemnidad de los edificios de Nagshs-e-Jahan contrasta con el jolgorio popular que se vive en ella. A los iraníes les encanta hacer pic-nic. Y una hermosa plaza como ésta, con el suelo de mullida hierba, es un lugar perfecto. Nagshs-e-Jahan es un bazar a cielo abierto de las intimidades populares.
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Si el clima acompaña, se ven familias enteras tumbadas sobre alfombras en la hierba. Chicas modernas, llegadas probablemente de Teherán, con el pañuelo prendido de manera imposible en el moño y más maquillaje que una fallera, comprando gafas de sol en alguna de las tiendas del bazar.
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Hay largas colas para montar en unas trasnochadas calesas que dan una vuelta rápida a la plaza. Y colas también frente a las heladerías. Hay niños corriendo y parejas de novios inmortalizándose con una fotografía. Hay turistas locales y casi igual número de vendedores de alfombras.
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Hay bullicio, hay calor, y mucho color. Hay tiendas de especias, de joyas, de cerámicas, de telas... tan recargadas de género que la clientela tiene que pedir la mercancía desde el exterior. Del bazar, que empieza en la plaza y se prolonga por otros cinco kilómetros de callejuelas abovedadas, entra y sale una multitud compacta como en la boca de un metro en hora punta.
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Nagshs-e-Jahan, la gran plaza de Isfahán, es el teatrillo de las variedades mundanas iraníes. Un lugar hecho para la solemnidad donde sin embargo se escenifica a diario la colorida existencia de un país del que los occidentales pensamos erróneamente que es todo negro.
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